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SEAMOS REALISTAS. HAGAMOS LO NECESARIO.



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Visiones verdes

Miguel Grinberg

22.07.2009

Bastaría que en un solo lugar del país un grupo asumiera como tarea prioritaria los principios de ayuda mutua y cooperativismo para inaugurar una irrefrenable reacción en cadena.



Los argentinos estamos camino al bicentenario de la Revolución de Mayo con una mochila recargada de guerras fratricidas, golpes de Estado, semanas trágicas, décadas perdidas, crímenes de lesa humanidad, atentados canallas, corrupciones recurrentes, luchas endémicas por el poder y otras calamidades sociales generadoras de frustraciones y resentimientos rotundos. Durante 200 años hemos girado en una calesita de atascamientos colectivos consolándonos con arengas y proclamas sectarias a mansalva. Por eso no resulta extraño que hoy miles de jóvenes pertenezcan a la categoría “ni-ni” (los que no estudian, ni trabajan, ni proyectan). O sea, gente sin futuro. Pueblo sin raíz. Generación perdida.

¿Estaremos condenados, como el antiguo rey griego Sísifo, a empujar una roca inmensa por una ladera empinada y cuesta arriba, para que antes de llegar a la cumbre de la colina la roca ruede siempre hacia abajo, y sea preciso empezar la titánica tarea desde el comienzo? No lo creo. En cambio, pienso que la ecología social alberga una alternativa. Utópica, claro, como todas las genuinas epopeyas. Minoritaria, por supuesto, como el quehacer de todas las vanguardias.

Nuestro vasto territorio nacional se halla altamente despoblado y a merced de los especuladores inmobiliarios internacionales. Con apenas 40 millones de habitantes, se calcula que un 33% de la población vive en la Capital Federal y el conurbano bonaerense, en tanto el resto de la provincia de Buenos Aires alberga a un 37% del total general. O sea: las áreas urbanizadas concentran a más de las tres cuartas partes de los argentinos. En los campos del antaño famoso “granero del mundo” vive muy poca gente. ¿Por qué? Porque por allí no hay porvenir alguno. O, al menos, es lo que narran quienes salieron de sus provincias rumbo a los asentamientos precarios de la periferia de las grandes ciudades del país.

Como ecologista generativo, creo en las revoluciones sociales “desde abajo”, no para sentarse en los recintos institucionales tradicionales sino para “tomar el poder natural de la comunidad”. Siento que la conmemoración del Bicentenario abre el camino para una nueva fundación argentina basada en la ecologización de enclaves ya constituidos (poblaciones en vías de decadencia) o la creación de una red de aldeas ecológicas autosuficientes o “pueblos verdes” en tierras ociosas. Con o sin apoyo de las autoridades municipales locales.

Tomo como ejemplo las prácticas populares brasileñas llevadas a cabo a partir de 1976 en el municipio de Lages (Santa Catarina). Allí, el intendente Dirceu Carneiro y su equipo promovieron alternativas para la agricultura, fuera de las variedades de trigo y arroz que las empresas transnacionales promueven para vender sus fertilizantes y para acentuar el proceso de concentración de propiedad de la tierra. Al mismo tiempo, las asociaciones de barrios y las agrupaciones de padres y profesionales constituyeron una especie de “cabildos verdes” basados en la democracia participativa, a fin de construir viviendas, hacer redes cloacales, cultivar huertos comunitarios y coordinar puestos de atención primaria de la salud. No como una metáfora de la vida hippie, sino como aprovechamiento intensivo de la potencia laboral de la gente. El trabajo voluntario y solidario crea pilares comunitarios que ninguna “trenza” política consigue socavar.

También en Brasil y en Bolivia han sido inductoras de hondas transformaciones municipales las llamadas “comunidades eclesiales de base”, donde sacerdotes progresistas fomentaron la autoconstrucción de viviendas, los huertos familiares y el cultivo de peces de agua dulce en piletones excavados por la gente: el hambre no es una maldición del cielo, es una parálisis de la iniciativa personal fomentada por los enemigos del acto vital.

Bastaría que en un solo lugar de la Argentina un grupo humano asumiera como tarea prioritaria los principios de ayuda mutua y de cooperativismo, ya promovidos históricamente por ideólogos libertarios, para inaugurar una irrefrenable reacción en cadena.

Demostrarían contagiosamente que todo lo aquí expresado es posible y viable, que la construcción de la autonomía, la autovalía y la autoconfianza son herramientas genuinamente revolucionarias, incorporando tecnologías apropiadas para la generación de electricidad (molinos de viento y microusinas hidráulicas), hornos de pan, cocinas solares e infinidad de herramientas simples y baratas.

Por supuesto que este tipo de iniciativas no resuelve las grandes crisis planetarias. Pero en pequeños grupos de individuos decididos rescata saberes y poderes que siempre estuvieron al alcance de la gente común, cuya grandeza consiste en ser capaces de convertir buenos sueños en realidad, y la vida en una obra de arte.




TIEMPO DE UMBRAL




La vida es una doble danza de agonía y renacimiento. Lo vemos en el mundo animal, mineral, vegetal y estelar. En las familias y los países. Todo es energía en estado sólido, líquido, gaseoso y psíquico. Es yin y yang entrelazados en el Tao. Es luz y penumbra abrazadas mutuamente en una danza eterna.

Pero en el universo no hay nada que podamos llamar oscuridad. Se trata apenas del límite visual de nuestras retinas humanas. Hay animales y aves que ven a través de lo que consideramos como tiniebla. La oscuridad es un fenómeno mental, igual que la ignorancia. Donde no hay visión, los hombres tropiezan.

Estamos atravesando el umbral de la más fascinante metamorfosis que nuestra especie haya podido imaginar. Algunos lo perciben. Otros no se han dado cuenta todavía. Y están aquellos que no quieren saber nada al respecto porque tienen domesticado su estado de esclavitud. Ha sido siempre así en los momentos culminantes de la travesía terrestre de la humanidad. Llegó el momento de darle un adiós definitivo a la torpeza y el conformismo.


Una plaga llamada humanidad





Dato 1: en el año 1700 la población mundial sumaba 600 millones de seres humanos que en 2000 ascendieron a 6.000 millones. En la actualidad su número se aproxima a los 7.000 millones. Según proyecciones de la División de Población de la ONU, la cifra superará los 9.000 millones de personas hacia 2050. La misma organización mundial calcula que en nuestra Espacionave Tierra hay 1.300 millones de individuos que pasan hambre.

Dato 2: Durante el primer cuatrimestre de 2010 han sido notorios movimientos telúricos de gran intensidad, con impactos destructivos graves en países como Haití y Chile. Las noticias de este carácter han alcanzado casi una frecuencia semanal. A ello se sumó a mediados de abril la erupción del volcán Eyjafyallajokull, en Islandia, que lanzó a la atmósfera grandes olas de humo negro, cenizas y vapor blanco, además de fundir parte de un glaciar. Hacía 189 años que no se veía la erupción de un volcán en medio de un glaciar. La visibilidad condicionada impuso la suspensión de los vuelos entre España y el Reino Unido, y también la circulación aérea entre Noruega, Suecia, Finlandia, Dinamarca, Holanda, Irlanda y Bélgica.

Dato 3: A propósito de las profecías apocalípticas referidas al emblemático año 2012, varios canales de televisión por cable no escatiman la proyección reiterada de documentales y programas que vaticinan instancias catastróficas para el planeta y sus criaturas.

Entretanto, notorios trastornos climáticos afectan la existencia en variados territorios y a sus respectivos pobladores.

No es mi intención sumarme a la polémica que atribuye ciertas calamidades ambientales al accionar de nuestra especie o, en cambio, a los ciclos solares o simplemente a vaivenes del mundo natural. Esa es otra conversación. Lo que debería preocupar a los dirigentes mundiales y a los ciudadanos del globo se refiere a una noticia reciente conectada con la fallida conferencia mundial sobre cambio climático que tuvo lugar en diciembre de 2009 en Copenhague.

A mediados del pasado abril de 2010, en Bonn (Alemania), Naciones Unidas reconoció que el proceso paralizante que provocó el naufragio de esa reunión cumbre en Dinamarca no sólo persiste sino que se ha agravado. Yvo de Boer, secretario de la ONU para cambio climático, anticipó el fracaso de otro cónclave crucial que tendrá lugar en diciembre de 2010 en México. Nítidamente dijo: “No creo que en Cancún pueda acordarse un tratado, considero que tendremos muchas más rondas de negociaciones antes de arribar a una solución definitiva”. Se sabe que de Boer ha renunciado a ese cargo y lo abandonará en julio tras cuatro años de improductivas iniciativas. Añadió: “pienso que por ahora el foco debería estar en medidas prácticas para ayudar a los pobres y salvar los bosques”.

Aquí empieza el drama histórico. La humanidad no tiene modo de frenar las grandes energías universales. Por eso la ONU sólo pregona medidas de adaptación a los cambios y de mitigación de sus impactos. La humanidad se encuentra pues en una encrucijada ineludible. Estamos pasando del Holoceno (época geológica posglacial que comenzó hace 12 mil años) al Antropoceno, el período más reciente donde nuestra especie ha producido un impacto perturbador en el clima terrenal y los ecosistemas. Las hipótesis enfocadas en programas de Geoingeniería para atenuar las crisis planetarias son en su mayoría descabelladas o impracticables.

Tendremos que aplicarnos a reconsiderar el concepto de “calidad de vida” no ciñéndonos apenas al mundo material sino también incorporando la variante espiritual. Deberemos ingresar en un ciclo de existencia frugal despegado de los criterios dilapidadores entronizados por la llamada Sociedad de Consumo. Esto será más duro para los habitantes privilegiados del mundo ultradesarrollado, en tanto los países en vías de “transición” tendrán que asumir la imposibilidad de alcanzar los niveles de depredación que practicaron las naciones consideradas “ricas”.

El cultivo de nuestras almas se presenta como una epopeya fundacional.



Visiones y Vibraciones





Nuestro espacio sagrado

Un despertar sin precedentes se está produciendo en el seno de la humanidad. Algunos seres humanos lo captan espontáneamente y sus vidas cambian de inmediato. Otros lo viven como una especie de “malestar” cotidiano que no logran desentrañar. Las variables son múltiples.

En tiempos antiguos, las grandes transformaciones espirituales ocurridas en el seno de nuestra especie se asociaban a ceremonias mágicas o sobrenaturales. Apenas unos pocos “elegidos” lograban discernir el fondo y la forma de las modificaciones que se producían, en tanto la multitud seguía prestando atención a los rituales obsoletos del mundo que se desintegraba a su alrededor.

Lo “sagrado” y lo “divino” se encasillaba dentro del marco religioso, sujeto a la interpretación y el designio de una casta sacerdotal privilegiada que monopolizaba los significados trascendentes de todo lo que se iba modificando en el campo de la percepción individual. Casi nada de esos conocimientos se transfería a la sociedad como un todo, pues eso habría alterado las relaciones del poder político en el plano temporal.

Hoy, la “visión divina” actúa como Ojo del Universo y es una especie de cámara estelar equivalente a un portal sagrado que conduce a un estado de consciencia que ilumina la dimensión antropocósmica como nunca antes en el pasado. En esa situación, el meditador dinamiza el accionar del Tercer Ojo como receptor de luz y energía de fuentes primordiales activas en el universo. Libre de los condicionamientos del mundo “profano” mediante recursos meditativos, nuestra glándula pineal –ubicada en el centro de nuestro cerebro– regula la acción de la luz sobre nuestro cuerpo: su estimulación “ilumina” los potenciales naturales de nuestro ser real. Es clave para el discernimiento, la intuición y la consciencia cósmica. Es patrimonio irrenunciable de los visionarios.

Hay una diferencia crucial entre religión y espiritualidad. La primera es una forma institucionalizada de culto, una organización que sostiene valores consagrados y una doctrina irrefutable. La segunda es una energía autónoma, ilimitada, que no tiene propietarios. El geoteólogo Thomas Berry afirma que todo ser humano posee dos dimensiones: la universal y la individual, el Gran Ser y el pequeño ser. Destaca que por eso nos exaltamos cuando estamos en medio de los árboles, escuchamos himnos sagrados, vemos los colores de las flores o del cielo al atardecer, o cuando observamos el fluir de un río. La fuente de inspiración es un encuentro con el Gran Ser, la dimensión donde experimentamos la realización. O sea, la consumación de haber nacido para ser y estar en el universo. Sin ella somos entes incompletos.

No constituye una percepción exclusiva de los pueblos indígenas: dentro de nuestras tradiciones también existe la convicción de que nos resulta imposible sobrevivir aislados del Gran Ser. Por eso, nuestra tarea como humanos es “volvernos parte del gran himno de alabanza que es la existencia. Esto es llamado pensamiento cosmológico. Cuando se participa del misterio sagrado, en ese momento se sabe qué significa ser plenamente humano.”



Una mutación portentosa

A grandes rasgos, los humanos como especie estamos atravesando una de las mayores transformaciones imaginables en el orden evolutivo del universo. Estamos dejando atrás la etapa que hace unos once mil años dio paso a la llamada “revolución neolítica”.

No se trata de un relato de ciencia ficción sobre “otra realidad” cimentada sobre alguna fantasía sin asideros. Es el futuro de nuestra experiencia en la Tierra, que algunos ya denominan “revolución noética”. Por ejemplo, en su libro L’Age de la Connaissance (2005, La Era del Conocimiento), el pensador Marc Halévy expresa que la nuestra especie se encuentra en los umbrales de una genuina revolución noética cuyos fundamentos serán el talento, la creatividad, la imaginación, la intuición y la capacidad de transmitir ese conocimiento mediante una nueva educación.

Neolítico significa “piedra pulimentada”, se aplicó al tercer y último período de la Edad de Piedra y se entiende por revolución neolítica (anterior a la Edad de los Metales) un trascendental cambio por el cual, tras decenas de miles de años de caza, pesca y recolección; la humanidad comenzó a practicar actividades agropecuarias, unos nueve mil años antes de Cristo. Sus características fueron: la sedentarización, la agricultura, la ganadería y la cerámica; y el inicio de las navegaciones. Al llegar a su madurez se inició la formación de sociedades urbanas. A partir del siglo XVIII de la era actual, en algunos países la industria pasó a ser la actividad fundamental, sentando las bases económicas que consolidaron la revolución industrial, ahora en estado crítico.

La palabra "noético" deriva de la raíz griega nous que significa "conocimiento, inteligencia, espíritu". Ha dado base a otros términos como noosfera (Pierre Teilhard de Chardin) o noología (Edgar Morin). En inglés, se utiliza con gran frecuencia en el ámbito estadounidense donde en Sausalito, California funciona un Instituto de Ciencias Noéticas fundado por el ex astronauta Edgar Mitchell. En francés, "noese" se usa con frecuencia como un adjetivo en círculos de estudios fenomenológicos (donde es definido el proceso de “conocer”) y también entre los semiólogos como “referente al conocimiento”.

La revolución noética fue preanunciada por pensadores como Henri Bergson, Albert Einstein y Werner Heisenberg, entre otros, y viene siendo configurada por Edgar Morin, Ilya Prigogine, Trinh Xuan Thuan, Ervin Laszlo, Hubert Reeves, Jacques Lesourne, Henri Atlan y muchos más. Entre nosotros, Hugo Rodríguez. El paleontólogo Teilhard documentó el modo en que la evolución cósmica (de la cual somos parte) ha pasado sucesivamente de la Energía a la Materia, de la Materia a la Vida, y actualmente de la Vida al Pensamiento) por consiguiente, al Conocimiento.

Quienes han explorado los potenciales anidados en la consciencia humana, mediante la meditación integral o los estados alterados de consciencia, revelan otras latitudes del conocimiento evolutivo. Es el principio de la mutación portentosa que fecunda el alba de la revolución noética. El principio de una era inédita.


Introspecciones Sutiles

La “realidad” excede nuestros cinco sentidos convencionales. Hay “en” nosotros y “alrededor” de nosotros una infinidad de fenómenos y procesos que no pueden ser registrados por el oído, la vista, el olfato, el gusto y el tacto.

Constituyen la dimensión “metafísica”, o sea, instancias que están más allá de lo corporal y de la verificación sensorial: implican una órbita transpersonal.

Las relaciones humanas intensas y profundas dependen del desarrollo de dones que existen naturalmente en nuestro ser, pero que requieren estímulo y refinamiento para desplegar todas sus posibilidades. Asimismo, la evolución individual no puede ser resultado de la casualidad sino que requiere un refinamiento constante de la propia existencia. Vivir es como asumir la partitura de una sinfonía. Ello nos plantea la necesidad de “afinar” sin pausa el instrumento humano que constituimos y al mismo tiempo el desafío de captar el “concierto” implícito en el mundo y en la sociedad. Para aportarle nuestro matiz singular. De ello surge el “sentido de la vida”. Es así como brota y fructifica una melodía vivencial e incomparable: el espíritu comunitario.

Despojada del impulso devocional (enfocado en algún ente “superior”) o ritual (basado en formalismos o símbolos), el acto meditativo basado en el ritmo respiratorio y permeable a sonidos específicos permite la emergencia en nuestra consciencia de un sinfín de sutilezas que no vienen acompañadas de conceptos o ideas. Se trata de la pura materia prima del acto de percibirlo todo tal como es: eterno y espontáneo. Nos libramos de lastres e interferencias paralizantes. Entramos en una zona de fluidez incondicional.

Ello requiere persistencia y sencillez. Un error usual es buscar espectacularidad en el campo espiritual, donde en verdad todo es ingobernable y liberador. Lo consideramos una “introvisión” donde la convergencia de impresiones sutiles nos permite abrirnos en función de una “común-unidad” no regida por el tiempo y el espacio: el latido universal. Una comunión sin fronteras.

Meditación y Salud
La potencialidad del ser

Existe en cada uno de nosotros una gama variada de dones que en general no asumimos y quedan latentes sin desarrollarse plenamente.

Son como semillas que no florecen ni fructifican. Y constituyen netamente la herramienta básica de todo lo que contribuye al despliegue evolutivo de nuestro ser en el contexto de la especie humana, en un planeta primordialmente acuático y en un universo inequívocamente solar.

Al mismo tiempo, está comprobado que un amplio repertorio de afecciones, trastornos y padecimientos humanos surgen de una incorrecta disposición de nuestras energías, tiempo y oportunidades de realización y plenitud. Esto no depende de doctrinas, esquemas o ideologías específicas a las que debamos ajustarnos a fin de justificar nuestra presencia en el mundo. La posibilidad de existir con intensidad y de asumir nuestros potenciales naturales está al alcance de todos, pero pocos son los que se embarcan en esta travesía reveladora, distraídos por los “ruidos” de la sociedad de consumo, o abrumados por el complejo quehacer cotidiano para “ganarse el pan de cada día”.

La Organización Mundial de la Salud ofrece esta definición, que consideramos materialista e incompleta: “Salud es el logro del máximo nivel de bienestar físico, mental y social y de la capacidad de funcionamiento que permiten los factores sociales en los que viven inmersos el individuo y la colectividad.”

No podemos reducir la vida humana apenas a los aspectos meramente biológicos y sociales de nuestra cultura. En el ser humano, la existencia biológica y psicológica se encuentra dotada de inteligencia, imaginación y ternura: eso es la espiritualidad. La vida humana no consiste en un hecho exclusivamente biológico: es una complejidad bio-psico-espiritual. Vivir humanamente no es apenas lograr mantener una vida biológica estable, reproducirse, y alcanzar cierto grado de bienestar propicio para tales fines. De modo igual o más importante, es realizar al máximo nuestro potencial sagrado.

No somos entidades de carne y hueso que ocasionalmente tienen experiencias espirituales: somos criaturas espirituales que evolucionamos en el seno de experiencias materiales. Pero por su naturaleza intangible y por deformación colectiva, lo “espiritual” se presta a fantasías de todo tipo que poco contribuyen a lo que en verdad han tratado de comunicarnos todos los grandes maestros de la humanidad.

¿De qué se trata? Pues que somos parte de un campo de energía suprema que sólo nos requiere fluir sin restricciones a fin de expresar en nuestro ser el himno de la creación. Meditar es un acto liberador donde la mente contempla su trascendencia vital en la realidad espiritual del ser humano, para disfrutar sin límites.

Si has construido castillos en el aire, tu trabajo no se pierde; ahora coloca las bases debajo de ellos.

HENRY DAVID THOREAU